Escuchar mientras se lee

lunes, 9 de mayo de 2011

Siento mi rodilla ensangrentada, me moja y me pegotea el jeans
Me toco la rodilla del jeans y no siento nada líquido.
Luego, es mi imaginación.
¿O es que me está sangrando la rodilla del alma?

domingo, 1 de mayo de 2011

La red.

Estoy en coma, llevo más de un año encerrado en mi pieza, sin salir en ningún momento. Nunca le he dicho a mi tía por qué, a pesar de lo mucho que insiste. Las únicas veces que tengo contacto con el exterior de la pieza son cuando llega mi tía a la hora del almuerzo y a las seis y media con la comida y el cargamento de libros y películas que le pido mediante un papelito que meto por debajo de la puerta y, cuando ciertas mañanas abro la ventana y saco mi cabeza para ver el amanecer reflejado en la cerámica del piso y ver el jardín de mi tía lleno de árboles. Mis días transcurren lentos y apacibles, leyendo y viendo películas en él viejo reproductor y la pequeña tele que tiene mí pieza. Todo va a su propio ritmo, en las mañanas siempre dejando que el calor entre en mí despacio para que después se vaya en la tarde. No tengo idea de que es lo que ha ocurrido con mis amigos, tampoco sé si han intentado venir a verme.

Tengo una pila, aquí, al lado de mi cama, de unos ciento cincuenta libros; tengo también una cantidad similar de películas amontonadas al lado de la tele, que se caen cada cierto tiempo y al ordenarlas aprovecho de organizarlas. Es, realmente, una actividad en si el arreglar los inconvenientes causador por el azar. El día que prometí encerrarme traje a mi pieza cuarenta y un libros que conseguí por dónde pude y diez películas que compré en la calle. Moví el reproductor de la sala principal a mi pieza, tomé mi almuerzo y una bolsa con provisiones que venía preparando de hace un par de días y cerré la puerta para no volver a abrirla hasta mucho tiempo más.

Mis mañanas, cuando son mañanas, son todas iguales, despierto y giro en mi cama un par de minutos, que parecen horas, y luego me levanto al baño que tengo en mi pieza, a veces he pensado que de no tener el baño en mi pieza nunca habría decidido encerrarme acá, al salir del baño, tomo una película y la veo por tercera vez (o por primera o segunda vez). Todas las películas las veo tres veces. Siempre lo mismo, la misma historia de amor, el mismo chico que corre, siempre el mismo antagonista que toma ventaja en el último segundo. Es increíble como las películas nunca cambian, cuando uno desea que esta vez sea distinta a la anterior. Sobre los libros, no puedo decir lo mismo que de las películas, ya que no los veo, los leo y tampoco los leo tres veces, solo una y una segunda ves le hecho una hojeada para buscar ciertos párrafos que me hayan llamado la atención y así poder regocijarme nuevamente. Puede que a veces no lea ninguna página en todo el día como puede que a veces lea un libro de doscientas o trescientas páginas en tiempo record, todo depende de mi ánimo, que varía poco, pero en un mundo tan reducido como mi pieza, el más mínimo detalle lo cambia todo y siempre están los cientos de resumidos mundos que tengo guardados en los discos y en los libros para no tener que extrañar una vida de verdad. Cientos de horas de material extra, por lo demás. Cientos de horas durmiendo comiendo yendo al baño leyendo y viendo películas. ¿Algo más?

A la hora del almuerzo aparece mi tía con una bandeja, me da un beso de buenos días, me cuenta chismes de las vecinas y se va a pasito lento y le agradezco la comida y el eventual libro o película. Cuando se va como y dejo la bandeja en la entrada de la puerta que mi tía dejó abierta para que viera la bandeja. En realidad, las comidas de mi tía son sensacionales, siempre un plato de fondo, una sopa, una ensalada, un postre y un jugo. El problema está en el jugo que es más agua que polvo instantáneo, cuesta beberlo.

Mis tardes son como las mañanas y, dependiendo de mi ánimo, puedo estar hasta las siete de la tarde como hasta las tres de la mañana leyendo o viendo películas, luego me duermo, antes voy al baño.

El, aunque no lo crean, era un extremista.